¡Hola a todos! Hoy vengo con una entrada un poco particular, pues se trata de un relato de una partida de Tesoro y Gloria. Más concretamente, una en la que estoy como jugador. El máster es Jose Carlos «Kha» Domínguez, al que conoceréis por su blog de Un paladín en el Infierno (de lo mejorcito que tenemos en castellano, no bromeo), autor además de numerosas aventuras y libros roleros de calidad, como Criaturas del Vacío Celeste, Ablaneda o Incursión a la Tierra del Dios Azul.

Algún día tendremos que hacerle una entrada a él solo.

«Kha» está dirigiendo una partida a través de la red en un escenario de ambientación africana llamado Avarnia meridional usando Tesoro y Gloria. Yo, Telmo, llevo a Amanthos, un montaraz áratha (una de las culturas presentes en Avarnia) que ha terminado por convertirse también en mago. Se trata de un personaje de moral algo grisácea, tirando más al Caos que a la Ley (en Avarnia la lucha entre ambos poderes es uno de los temas centrales del mundo). Viaja junto a Tawizu, una guerrera del desierto convertida en campeona de la Ley. La relación entre ambos personajes es fantástica, y da lugar a escenas muy divertidas de interpretar, además de complementarse ambos estupendamente en sus capacidades. Recientemente se han unido al grupo nuevos miembros, como Pektukin, este un hechicero con todas las letras, pero digamos que los dos veteranos, los pilares de la Compañía del León y el Cocodrilo son ellos dos.

El aspecto de Tawizu, de acuerdo a su jugador.
También es ceirto que a veces lleva cota de mallas.

Pues bien, aquí tenemos un breve relato narrando parte de una reciente aventura vivida por la Compañía del León y el Cocodrilo, ¡disfrutadla!

MANTÍCORAS EN LAS TINIEBLAS

Amanthos miró el cuerpo cubierto de sangre de Tawizu, mientras el sanador de la compañía atendía sus heridas. Tamnus no estaba en mucho mejor estado, y eso era mala señal. Muy mala señal. El aguerrido explorador había estado murmurando algo sobre mantícoras, y tanto Pektukin como Balbina estaban desaparecidos. Amanthos sabía que tratar con esos lunáticos de la Ley no iba a traer nada bueno, pero Tawizu se había empeñado en hacerse la heroína, cómo no. Seguro que era todo una trampa que habían preparado esos tarados para librarse de ellos de forma discreta. Joder.
Amanthos echó la vista atrás. Aún podrían hacer la mitad del camino hasta Guzkalit si atajaban por el desiertol… era una pena lo de Pektukin y Balbina, pero oye, no sería la primera vez que perdían a alguien, ¿no? Ciertamente él no estaba dispuesto a arriesgar su pellejo por nada, mucho menos por ganarse el favor de gente que CLARAMENTE estaba tratando de matarlos. 
Tawizu se agitó en sueños, exhausta, y pronunció una palabra entre dientes. Amanthos la miró, inquieto. Pudo sentir el peso de Pez Espada en su espalda. Pudo sentir la promesa de poder y fortaleza incluso a través de las pieles que la cubrían. Toda su vida había sido débil. Miserable. Aquella espada… aquella espada le prometía poder. Quizá el suficiente como para acabar con las mantícoras. Quizá el suficiente como para ser un héroe. Y era tan fácil… 
Amanthos volvió a mirar a Tawizu, cubierta de magulladuras y heridas, y suspiró. 
—Gente, atención: tengo un plan. En el León y el Cocodrilo no dejamos a nadie atrás.
Dio la vuelta a su querida Brunilda, la mejor cabra de batalla a este lado del mundo, y apretó los dientes. 
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Cuando Amanthos utilizó su propio pelo para convertir a la mitad del grupo en una compañía de monstruosos engendros ya fue malo. Cuando además se empeñó en desnudarlos y hacer que se hicieran pasar por esclavos, fue peor. Cuando ese maldito hechicero de tres al cuarto se puso a negociar en ese idioma abominable con aquellos monstruos salidos del mismo infierno, y ni Habashim ni sus hermanos tenían la más remota idea de lo que decía, fue insufrible. Por lo que él sabía, ese tarado bien podría estar vendiéndolos a cambio de un nuevo conjuro que añadir a su macabra colección. Ya tenía uno para convertirlos en bolas de pelo, ¿qué tal uno para transformarlos verdaderamente en orcos? Habashim había escuchado que era así como aparecían nuevos hombres bestia, lo mismo era cierto. 
—Vamos a entrar — le dijo Amanthos mientras le aferraba por el brazo para hacerle descender escaleras abajo.
—¿¡QUÉ!?
—¡SILENCIO, ESCLAVO!
Habashim era un guerrero, un orgulloso jinete de las dudas que había sobrevivido a flechas enemigas, golpes de troles de las arenas, cortes de cimitarras osgas y cosas aún peores. Pero nunca un guantazo le había dolido tanto. Por un momento los ojos se le encendieron con furia y la mano se dirigió rápida como una serpiente al mango de su cuchillo escondido a su espalda. Pero supo contenerse. El plan. Pektukin. Balbina. Respiró hondo. Ya se la devolvería luego al brujo este, que el Caos se lo llevara.
—(Tenemos que ganarnos su confianza, entrar en el recinto. Hay que mantener la farsa, eh… ¡soldado!)
Si matar con la mirada fuera posible, Amanthos hace rato que estaría tieso, ¡el muy cabrón ni se sabía su nombre! Dioses, ¿por qué tenían que escuchar a este lunático? Echó la vista atrás, hacia Tawizu. Aquella sí era una líder digna de seguir, ¿pero esta serpiente? Maldición, ¿cómo lo soportaba Tawizu? Volvió a respirar hondo, y descendió por las escaleras.
La criatura, escondida en algún lugar de esas profundidades, continuaba hablando con Amanthos. Su voz era como un filo serrado que recorriera su espinazo. Cada sílaba le ponía la piel de gallina, mientras que Amanthos respondía con un tono dulce y seductor. Eso era incluso peor. 
El suelo estaba cubierto de monedas por todas partes, una auténtica fortuna, pero la amenaza que las mantícoras representaban no le permitieron apreciar toda la riqueza que a sus pies se desplegaba. Había una puerta, tras la cual emergía la voz. Amanthos lanzó un conjuro, aparentemente con el permiso de aquellas cosas, y miró alrededor con los ojos brillantes. Cuando estuvo satisfecho, arrastró a Habashim hacia la puerta tras la que aguardaba el monstruo.
—(¡Qué cojones!)
—(Vas a entrar ahí, pero tranquilo, me ha dicho que no tiene intención de matarte, sólo quieren… comprobar la mercancía).
—(¡Estás loco, déjame ir, me va a hacer pedazos!)
—(Tranquilo, tranquilo, está todo bajo control… ya las tengo localizadas, sé dónde están, estate listo para actuar tan pronto como de la señal).
Al otro lado de la puerta le esperaba una visión de pesadilla: un rostro mezcla entre humano y león, con una boca inmensa y salivante, adherido a un cuerpo leonino con alas de murciélago. Su cola oscilaba al fondo de ese monstruoso cuerpo como la cabeza espinosa de un mangual, y los ojos demasiado humanos de esa cosa sopesaban cada fibra de su cuerpo. Amanthos y él cambiaron otras pocas palabras en su monstruoso idioma, y Hahashim temió por un momento que, efectivamente, había llegado su final. Cerró los ojos con fuerza, mientras la inmensas zarpa de la mantícora lo aferraba y lo arrastraba a las tinieblas. Sintió las garras, apenas despuntando de la misma zarpa, que arañaron suavemente su piel. Pudo sentir el fétido aliento de la criatura en su rostro, y casi sentir su ansia por su carne. La mantícora se dio la vuelta… ¡y entonces aulló de dolor!
—¡Ahora, úmira, ahora!
Una de las flechas de Amanthos había perforado el grueso pellejo del monstruo, hiriéndolo mortalmente. Con una desesperación nacida del terror, Habashim echó mano de su daga y trató de apuñalar aquel rostro monstruoso para sacarle los ojos, pero sólo consiguió hacerle un rasguño. Arriba, sus compañeros lanzaron el agudo grito de guerra de las arenas mientras las flechas silbaban y sus aliados, que se habían escabullido a su espalda mientras Amanthos entretenía a la criatura, iniciaron un brutal ataque contra las mantícoras.
La mantícora es un monstruo de Avarnia Meridional que no
aparece en el Codex Prodigium.
Habashim se unió, aterrorizado, emocionado y ávido de venganza, al grito de guerra de sus camaradas, mientras la mazmorra se convertía en un pandemónium sobre el que se podía escuchar las desquiciadas carcajadas de Amanthos.